Cómo atravesar una pérdida: guía para sostenerte y sanar
El duelo es una experiencia humana inevitable, pero también un camino que, aunque doloroso, puede abrirnos a la resiliencia, al cuidado propio y a nuevas formas de conexión con quienes amamos.

Todas las personas, en algún momento de la vida, hemos atravesado una pérdida. Puede ser la muerte de un ser querido, el final de una relación, el adiós a una etapa importante o incluso a un sueño. Estos momentos pueden sacudirnos con fuerza, romper el sentido habitual de las cosas y dejarnos con una profunda sensación de vacío y desconcierto.


Este material nace con el deseo de ofrecerte recursos de cuidado y acompañamiento para que puedas transitar este tiempo difícil y reencontrarte con tu fuerza, tu equilibrio y tu esperanza.


Mi intención es que encuentres aquí un apoyo constante: un recordatorio de que el duelo, aunque doloroso, también puede ser un camino hacia nuevos recursos internos, una mayor resiliencia y un amor más consciente hacia ti mismo/a.


1. Cuidado personal

El duelo no solo repercute en nuestras emociones: también agota el cuerpo y nubla la mente. Es habitual que, en medio del dolor, dejemos de atender nuestras propias necesidades o sintamos culpa por dedicar tiempo a nosotros mismos.


Cuidarte no es egoísta: es esencial para tu equilibrio. A veces, ese cuidado puede ser tan simple como descansar, comer de manera que nutra y reconforte, darte un baño relajante, salir a caminar, o simplemente sentarte en silencio a escuchar lo que sientes.


2. Tiempo para ti

Cada persona encuentra consuelo a su manera. Para unos puede ser mover el cuerpo —caminar, practicar yoga, nadar—; para otros, conversar con amigos o compartir comidas. También puedes abrirte a actividades nuevas: cocinar, cuidar plantas, hacer manualidades… Lo importante es darte permiso para reconectar con gestos pequeños que te devuelvan al presente y den espacio al alivio.


3. Tejer una red de apoyo

Vivir el duelo en soledad puede ser especialmente difícil. Busca y crea vínculos que te sostengan:


Compartir tiempo con personas de confianza.


Unirte a un grupo de apoyo.


Consultar con un/a terapeuta o consejero/a.


Participar en actividades comunitarias o de voluntariado.


El duelo se aligera cuando sentimos que no caminamos solos y que nuestras emociones, aunque intensas, pueden habitarse en compañía segura.


4. Reconocer cuándo buscar ayuda profesional

Si han pasado seis meses o más desde la pérdida y aún sientes que el dolor te ahoga, que la vida ha perdido su sentido, o que todo se ha vuelto demasiado difícil, considera buscar apoyo de un profesional.


Algunas señales que pueden indicar que es el momento:


Pérdida de interés por todo lo que antes disfrutabas.


Aislamiento social.


Dificultad para tomar decisiones o realizar tareas cotidianas.


Alteraciones prolongadas del sueño o de la alimentación.


Sentimientos intensos de culpa, ira o desesperanza.


Comportamientos autodestructivos o ideas de hacerte daño.


Pedir ayuda no es debilidad, es un acto de cuidado y responsabilidad contigo mismo/a.


5. Anclarte en ti: trabajo corporal y respiración

Respiración consciente: coloca tu mano sobre el pecho y procura que no se mueva; permite que solo el abdomen suba y baje. Inhala contando mentalmente 1-2-3 y exhala más lentamente: 1-2-3-4. Cuando te sientas cómodo/a, intensifica un poco: exhala en 5 tiempos. Después vuelve poco a poco a tu respiración natural.


Este simple ejercicio ayuda a calmar el miedo, la soledad y la ansiedad.


Integra además otras formas de habitar tu cuerpo: duchas con cambios suaves de temperatura para estimular la piel, paseos tranquilos, estiramientos o movimiento libre. La actividad física aquí no busca una meta estética, sino liberar emociones y reconectar con tu vitalidad.


6. El cofre de la memoria

Reúne en una caja especial algunos objetos que guarden la huella de tu vínculo: una fotografía, una carta, una prenda, un regalo. No es necesario que estén siempre a la vista; guardarlos te permitirá dosificar el contacto con esos recuerdos. Abre la caja cuando lo necesites, como un ritual íntimo de conexión.


7. Una carta al ausente

Busca un momento y un lugar solo para ti. Puedes encender una vela e incluso poner una foto delante. Respira hondo y pregúntate:


¿Qué siento ahora?


¿Qué palabras me vienen a la boca?


¿Qué necesito decirle que nunca dije?


Escribe sin censura. Puede ser para decir cuánto extrañas, para pedir perdón, para agradecer o incluso para expresar enojo por su partida. No te limites: llora si lo necesitas, deja que las lágrimas limpien lo que duele.


8. Honrar la memoria

Cada cultura tiene sus propios rituales para honrar a quienes ya no están. Tú puedes crear el tuyo: encender una vela cada aniversario, plantar un árbol, cocinar su plato favorito, publicar una dedicatoria… No hay manera correcta o incorrecta: elige lo que a ti te ayude a sentir su presencia de forma amorosa.


9. Comunicación con familia y amistades

Tu entorno puede ser un sostén, pero también es normal que no siempre sepan qué decir o cómo actuar. Explica, si puedes, lo que necesitas: silencio, compañía, ayuda práctica. Si hablar te resulta difícil, puedes escribirlo o pedir a otra persona que lo comunique por ti.


10. Decisiones importantes

Tras una pérdida, la mente puede nublarse. Si es posible, evita tomar decisiones importantes —mudanzas, cambios de trabajo, movimientos financieros— durante los primeros meses. Date tiempo, escucha tus ritmos y apóyate en personas de confianza cuando llegue el momento de decidir.


11. Fechas señaladas

Cumpleaños, aniversarios, fiestas… estas fechas pueden remover con fuerza la ausencia. Planifica con antelación cómo quieres pasarlas: seguir las tradiciones, cambiarlas o inventar otras nuevas. Puedes buscar el refugio de tu gente o decidir estar a solas. Lo más importante es que sea fiel a tu necesidad real y no a lo que otros esperan de ti.


Recuerda: El duelo no es algo que “superar” como si fuera un obstáculo, sino un territorio que aprendemos a habitar y desde el que volvemos a reconstruirnos. No se trata de olvidar, sino de aprender a vivir de otra manera, con el recuerdo transformado en un lugar de amor y no solo de dolor.

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